4 de junio de 2009

El perro cojo

La pata coja colgando,
como una inútil piltrafa,
pasó el perro por mi lado.
Un perro de pobre casta,
uno de esos, callejero,
pobre de sangre y de estampa,
nacen en cualquier rincón
de perras tristes y flacas,
destinados a comer
basura de plaza en plaza.
Si pequeños por el qué,
fino y ágil de la infancia,
baloncitos de peluche,
-tibios borlones de lana-
los miman, los acurrucan,
los sacan al sol, les cantan.
De mayores, por el qué
conque se les fue la gracia,
los dejan a su ventura,
mendigos de casa en casa,
sus hambres por los rincones
y su sed sobre las charcas...
¡Y que tristes ojos tienen! ,
¡Qué recóndita mirada!,
como si en ella pusieran
su dolor a media asta ...
y se mueren, de tristeza,
a la sombra de una tapia
si es que un lazo no les da
una muerte anticipada.
Yo lo llamo: psi, psi, psi...
Todo orejas asustadas,
todo hociquito curioso,
toda sed, hambre, nostalgia,
el perro escucha mi voz,
olfatea mis palabras,
como esperando o temiendo,
pan, caricias o pedradas.
No en vano lleva marcado
un mal recuerdo en su pata.
Lo vuelvo a llamar: psi, psi ... ,
dócil a medias, avanza,
moviendo el rabo con miedo
y las orejitas gachas.
Chasco los dedos le digo:
ven aquí, no te hago nada,
vamos , vamos, ven aquí...
Y adiós a la desconfianza.
Que ya se tiende a mis pies,
a tiernos aullidos habla,
ladra para hablar más fuerte,
salta, gira, gira, salta,
lloran, ríen, ríen lloran,
lengua, orejas, ojos, patas
y el rabo es un incansable
abanico de palabras.
Es su alegría tan grande
que, más que hablarme, me canta.
¿Qué piedra te dejó cojo...?,
si, si ¡malhaya, malhaya!
El perro me entiende, sabe
que maldigo la pedrada:
aquella pedrada dura
que le destrozó la pata
y con el rabo me está
agradeciendo la lástima.-
Pero tú no te preocupes,
ya no ha de faltarte nada.
Yo también soy callejero,
aunque de distintas plazas
y a patita coja y triste,
voy de jornada en jornada.
Las piedras que me tiraron,
me dejaron coja el alma.
Entre basuras de tierra
tengo mi pan y mi almohada ...
Vamos pues perrito mío,
vamos ¡anda que te anda!,
con nuestra cojera a cuestas
con nuestra tristeza en andas;
yo, por mis calles oscuras,
tú por tus calles calladas,
tú la pedrada en el cuerpo,
yo la pedrada, en el alma ...
y cuando mueras amigo,
yo te enterraré en mi casa,
bajo un letrero: - aquí yace,
un amigo de mi infancia -
Y en el cielo de los perros,
pan tierno y carne mechada,
te regalará San Roque,
una muleta de plata.
Compañero, si los hay,
amigo, dónde los haya,
mi perro y yo por la vida,
pan pobre, rica compaña.
Era joven y era viejo,
por más que yo lo cuidaba,
el tiempo malo pasado
lo dejó medio sin alma,
fueron muchas hambres, mucho
peso para sus tres patas.
Y una mañana, en el huerto,
debajo de mi ventana,
lo encontré, tendido, frío,
como una piedra mojada ...
Como un duro musgo, el pelo
con el rocío brillaba.
Ya estaba mi pobre perro
muerto de las cuatro patas.
Hacia el cielo de los perros,
se fue, anda que te anda,
las orejas de relente
y el hociquito de escarcha.
Portero y dueño del cielo,
San Roque en la puerta estaba,
ortopédico de mimos,
cirujano de palabras,
bien surtido de recambios
con que curar viejas taras:
- Para ti... un rabo de oro;
para ti... un ojo de ámbar;
tú... tus orejas de nieve;
tú... tus colmillos de escarcha;
tú ... - y mi perro le reía - ,
tú, ... ¡tu muleta de plata!
Ahora ya sé, por que está
la noche agujereada,
¿estrellas? , ¿luceros? ¡ No !
es mi perro que cuando anda,
con la muleta va haciendo,
agujeritos de plata ...




Manuel Benitez Carrasco

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